Wednesday, June 5, 2013

SEIS DE JUNIO

German Merino Vigil

SEIS DE JUNIO
Mañana es seis de junio, un día especial para los chachapoyanos. Hace 198 años, a las puertas de Chachapoyas, nuestros mayores se jugaron la vida para fundar la Patria en los campos de Higos Urco. Eso lo sabemos desde niños, así lo hemos cantado en el colegio, en la plaza y también alguna vez en la misma pampa, a donde nos conducían nuestros maestros para perpetuar la historia, para crear la identidad.
“¡Libertad! fue el clamor de los pueblos, ¡Libertad! por doquiera se oyó”, dice nuestro canto regional……
en efecto, en la segunda década del siglo XIX toda América Latina estaba animada por una voluntad política determinada: la decisión de emancipar estos países del dominio español estaba dictada por la razón y era exigida por la justicia. Grandes peruanos como José Gabriel Condorcanqui, Juan Pablo Vizcardo y Guzmán y nuestro codepartamentano Toribio Rodríguez de Mendoza habian luchado, habian propagandizado y habian conspirado durante largos años, en América y en Europa para crear una conciencia y una vocación emancipadora. Tarde en el Perú, después de muchas rebeliones fracasadas, un ejército, multinacional conducido por el argentino José de San Martin llegó a tierras peruanas, levantó la bandera blanca y roja y proclamó la independencia del Perú.
También en Chachapoyas, ya en enero de 1821 se había reunido el Cabildo de la ciudad y había proclamado la Independencia del Perú “de la dominación española y de cualquier otra extranjera”. Esta acta es importante porque Chachapoyas, capital de la entonces vasta superintendencia de Maynas proclamaba la independencia y se declaraba a sí misma como peruana. Los chachapoyanos tenemos el honor histórico de ser peruanos por la voluntad de nuestros mayores. El Acta de la Independencia de Chachapoyas y con ella la de todo el territorio de Maynas fue, ya desde 1821 y posteriormente un documento que sirvió en la pugna diplomática para acreditar la peruanidad de todo el vasto obispado de Maynas, vale decir de todo el actual Oriente Peruano. Esa acta lleva las firmas de nuestros mayores: ahí están los apellido Zumaeta, Pizarro, Tuesta, Rodríguez de Mendoza, Santillán, Mass, Ponce de León, Tenorio, Culqui, Rubio, Arévalo, Ruiz, Rojas, Yoplac, Castro, Vargas, Pazos, Bardales, Monteza, Zabarburu …leer esa acta es como revisar algún olvidado álbum familiar, porque la sangre que se derramó en Higos Urco fue la nuestra.
“… y el cañón que sellara ese anhelo, triunfal en Higos Urco tronó”…
Fueron en realidad dos cañones, dos cañones pequeños, que se cargaban de pólvora por la boca y que disparaban balas pequeñas de plomo, de libra y media de peso, dos “culebrinas” en la definición técnica de la época, las que usaron los chachapoyanos de 1821 para defender su ciudad y con ella la independencia. Tenían nombre, parece. Según nuestros maestros, las culebrinas que emplearon los chachapoyanos en Higos Urco se llamaban “El Culebrón” y el “Chocolate”. Cuando niño, he visto, adornadas con cintas bicolores y orgullosamente exhibidas en la Municipalidad, algunas balas de plomo de esas culebrinas históricas que con unos cuantos fusiles, seguramente picas y machetes y mucha voluntad, fueron las armas que usaron nuestros mayores el seis de junio.
“….la ciudad apacible, a su turno, su tributo a la gloria rindió”.
Chachapoyas era por cierto una “ciudad apacible”, enclavada entre la sierra y las montañas, donde Vivian unas dos mil quinientas personas. Sin un circuito comercial ni una actividad extractiva, la ciudad era el centro administrativo y la sede del poderoso Obispo de Maynas, el reaccionario sacerdote Hipólito Sánchez Rangel. La ciudad apacible había proclamado la República, pero para que la República llegara a ser una realidad tuvo que ofrecer en holocausto su sangre, su sudor y sus lágrimas.
En marzo de 1821, el Obispo de Maynas mandó fusilar en Moyobamba al revolucionario Pedro Pascasio Noriega, alzó banderas por el rey y ordenó vender todas las joyas de las iglesias para reclutar un ejército realista, reuniendo a soldados dispersos en lejanas guarniciones y voluntarios fanatizados por el mensaje religioso. Después, envió esa tropa numerosa y encarnizada sobre Chachapoyas : su objetivo era forzar el paso de Balzas, llegar a Cajamarca e introducir una nueva ficha en el tablero de la guerra civil sublevando a las comunidades de Huamachuco y Otuzco y poniendo en jaque a Torre Tagle, que se había sublevado contra el virrey La Serna en Trujillo.
Los habitantes de Chachapoyas no solo afrontaban la amenaza física del saqueo y la matanza sino las penas del infierno, porque, no contento con declararlos rebeldes, el Obispo los había excomulgado. Pero Chachapoyas, la tierra del volteriano Toribio Rodríguez de Mendoza era una ciudad culta y racional, que sin abandonar sus ideas religiosas no se dejó impresionar con esa amenaza propia del fanatismo medieval y tomó las armas contra el Obispo.
“………………por Oriente asomaron airosos, los soldados del dominador”….: eran mercenarios, auténticos profesionales, reclutados por el Obispo y habituados a matar por cuenta del Rey en las lejanas guarniciones del Putumayo y el Ucayali. Venían ansiosos de derrotar a los herejes, de matar a los masones, de saquear la ciudad de los rebeldes que Sánchez Rangel les había ofrecido como merecido premio a su victoria.
“………y un puñado de gente espartana, victoriosa su lar defendió”. Los chachapoyanos le cerraron el paso al Obispo en la pampa de Higos Urco y ganaron un combate desesperado en el que no había retirada posible porque detrás estaba su hogar. La batalla de Higos Urco duró seis horas y consistió, según el estudio del contralmirante Tomas Pizarro, en la prolongada disputa de un manantial, un “puquio” al borde de la pampa, única fuente de agua disponible en varias leguas a la redonda.
He leído varias veces, con emoción, el texto de la conferencia que dictó sobre la batalla de Higos Urco el contralmirante Tomás Pizarro en el Centro de Estudios Histórico Militares del Perú, un seis de junio de 1939. Es el único estudio documentado que se conoce sobre ese episodio histórico. Mi padre conservaba entre otros, ese documento valioso, impreso a dos colores y adornado con el escudo nacional; lamento que los avatares de la vida en no me hayan permitido conservar ese texto, entre otros testimonios del pasado que guardaba mi padre con especial cuidado. Lamento no haber podido conservar esos documentos más que muchas de las pérdidas materiales que he experimentado y que seguramente experimentaré en lo que me resta de vida.
Tomás Pizarro describe la batalla, que según todo indica no se libró de acuerdo a las estrictas reglas de táctica militar: los soldados del obispo venían del valle del Sonche, de Cheto y de Soloco, donde había pasado rancho y se habian organizado en tres columnas. Escalaron el cerro por el camino que iba al valle del Huambo, a Bagazan y a Moyobamba. Vieja ruta “de herradura”, tallada apenas por el arduo caminar de los arrieros que debieron escalar, encarnizados, bajo el fuego de los defensores. Veteranos, mejor armados, buscaban la oportunidad de hacer una carga a la bayoneta, que seguramente hubiera desbaratado a los improvisados voluntarios chachapoyanos. A bala, a cañonazo, dejando caer galgas desde la cornisa hasta el abismo, a machetazos en fin, los chachapoyanos rechazaron cinco ataques frontales a lo largo de seis horas interminables hasta que los soldados del rey, agotados por la pendientes, faltos de municiones, vencidos por la sed, imposibilitados de llegar al manantial, tuvieron que volver cuesta abajo, derrotados, para tomar agua del rio. No regresaron, pero es un hecho verificable que, si llegaban al puquio, la batalla estaba perdida.
“…………a su hogar regresaron los bravos, en alegre y triunfal procesión; a su paso las palmas resuenan, y se viva a la Patria y a Dios”…. Los republicanos de Chachapoyas derrotaron a los soldados realistas del obispo y volvieron a la ciudad, rodeados de aplausos y de vivas a una patria que aún no había nacido. La calle por la que entraron los vencedores se llama, todavía hoy, Jirón Triunfo. Ojala que por siempre conserve ese nombre, ojala que ningún alcalde improvisado tenga la funesta idea de cambiarlo.
Cuando éramos niños, aquella escaramuza olvidada cobraba para nosotros las dimensiones de la epopeya; era Nuestra Historia. Sabíamos que los protagonistas de esa jornada que la fama nunca recogió habian sido nuestros propios abuelos. y aprendiendo esa historia cantábamos el Himno a Higos Urco escrito por nuestro viejo maestro, don Félix Castro, descendiente también de uno de los combatientes del seis de junio.
El Congreso Constituyente de 1832, premio el valor de los ciudadanos-soldados del seis de junio, renovando a la ciudad republicana su título colonial de Fidelísima. Pero le otorgó una recompensa más tangible: la creación de un Colegio Secundario Gratuito, que se llamó orgullosamente San Juan de la Libertad. Ese fue mi colegio. Las aulas se instalaron en los antiguos claustros del Convento de la Merced y ese fue el local del San Juan hasta que lo dejé, en 1967. El plantel fue siempre un lugar recoleto y austero, donde maestros sin modernos instrumentos ni adecuadas remuneraciones nos proporcionaban los rudimentos de las ciencias y de las letras , cultivaban cuidadosamente nuestro amor al terruño y la tradición, como si ya entonces hubieran adivinado que nos esperaba la emigración como único futuro. En ese mismo patio, formaron fila por última vez los voluntarios de Chachapoyas que marcharon a morir como varones en las sangrientastrincheras de San Juan y Miraflores. Ahí está nuestro hogar, paisanos. Recordemos.
Viejo y pobre colegio inolvidado, como quisiera escuchar una vez más siquiera tu campana, abrigar mi nostalgia al pie del viejo nogal que ya han talado. Mi colegio ha sido demolido sin piedad y de él ya no queda siquiera una carpeta donde pueda acudir el peregrino. Pero vive el recuerdo. Ahí nos formaron a todos, con democrático uniforme de dril. De ahí salíamos todos los seis de junio a evocar respetuosamente a nuestros mayores, los héroes de Higos Urco, los que derramaron su sangre por una libertad que nunca conocieron, los modestos paisanos que derrotaron, a sangre y a fuego, a los soldados profesionales del Obispo realista.
Gracias, a ellos, dice la canción “…ha quedado Higos Urco en la historia, como timbre de orgullo y de honor”.

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