Saturday, June 8, 2013

EL PRIMER PERUANO

German Merino V.
EL PRIMER PERUANO.
(Córdoba, 1610)
El anciano -delgado y todavía ágil- tenía ojos pequeños y vivaces, tez morena, aspecto altivo y reservado; vestía una sotana negra, llevaba espada al cinto y en el cuello una gola de acero. Su aspecto era el propio de un viejo militar que pasaba sus últimos años dedicado a piadosos ejercicios.
Sentado ante una mesa de roble, recorrió ávidamente las primeras pruebas de imprenta del libro que había escrito "acerca de mi Patria, gente y costumbres".
Faltaba una dedicatoria. Meditó y después escribió: “A mis hermanos los indios, mestizos y criollos del grande y riquísimo Imperio del Perú, Salud y Felicidad”. Y firmó con mano segura: “El Inca Garcilaso de la Vega.”
Juventud en el Cuzco.
Fueron necesarios muchos años y decepciones para que el joven Gómez Suárez de Figueroa se convirtiera en el Inca Garcilaso de la Vega.
El suyo fue un nacimiento emblemático: su madre, la "ñusta" Isabel Chimpu-Ocllo, pertenecía a la panaca imperial de Túpac Yupanqui; su padre era el turbulento “wiracocha” Garcilaso, ambicioso, tenaz y autoritario conquistador que se apropió de las tierras de los Túpac Yupanqui y las transformó en ricas encomiendas.
Su infancia transcurrió en el palacio donde su padre -admirado y temido- cobraba el tributo de sus vasallos, discutía privilegios y precedencias, meditaba conspiraciones y actos de justicia, a veces traidor al Rey, a veces implacable represor de otros rebeldes.
El niño recibió la educación propia de un hidalgo destinado a heredar los bienes y eternizar el orgulloso linaje de los García Lasso de la Vega. El capellán de la familia fue su maestro de gramática, latín y aritmética. Un viejo soldado de su padre le enseñó a montar a caballo y a manejar la lanza, la espada y el arcabuz, armas de sus antepasados españoles.
Pero sus verdaderos maestros fueron sus tíos de linaje imperial y los amautas de la panaca Túpac Yupanqui, de quienes escuchó los mitos y la historia de sus ilustres antepasados, los Incas.
Una tarde que nunca olvidaría, el niño Gómez Suárez de Figueroa vio regresar al Cuzco a su tío abuelo Sayri Túpac y escuchó, conmovido, el saludo de su madre "ñusta" al Inca derrocado: “trocósenos el reinar en vasallaje”.
Así, vio empezar la historia del que todavía no era Perú. Contempló la imponente cabalgata de Gonzalo Pizarro y sus encomenderos rebeldes, empeñados en hacerse dueños del país; después vio morir a Gonzalo y quedó impresionado por la cristiana dignidad que mostró ante el verdugo el último conquistador; asistió a banquetes y ceremonias, ocupando siempre los lugares reservados a su noble familia; peleó como varón en alguna guerra civil, protagonizó temerarias fugas por tejados y escaleras para salvar la vida.
Pero su destino no estaba escrito.
El Destierro.
Por orden del Rey, el viejo Garcilaso tuvo que casarse con una dama española; su madre, la "ñusta" Chimpu-Ocllo fue relegada a simple concubina y Gómez Suárez de Figueroa se convirtió en bastardo.
El Virrey, el temido “Matador de Reyes” Francisco de Toledo deportó a España a todos los hijos de conquistadores y entre ellos a Gómez Suárez: no quería en el Perú mestizos ricos, vinculados a la raza imperial, potenciales organizadores de una nueva rebelión. En Castilla le esperaban nuevas decepciones. El tormentoso pasado de su padre le cerraba toda posibilidad de progreso: el Rey Felipe II nunca olvidaba a los rebeldes. Entonces Gómez Suárez de Figueroa debió desempeñar el papel de pariente pobre, segundón acogido a la protección de sus poderosos deudos, los García - Lasso de la Vega.
Una modesta pensión que llegaba del Cuzco mal y tarde, un hogar en Montilla -feudo familiar de los Garcilaso-, la misa dominical, una participación decorosa en la vida social de la provincia, resumen los siguientes cuarenta años de su vida.
Nunca se casó; tal vez no quiso implantar en España una nueva rama de la raza imperial destituida. Luchó contra los moros -vieja tradición de su familia- con valor pero sin fortuna. No pudo labrarse una carrera militar porque los generales de Felipe II desconfiaron siempre de aquel extraño oficial, descendiente de un traidor y de muchos Reyes.
Los “Comentarios”.
Otra tradición de los suyos era la literatura: como su lejano bisabuelo, el primer Garcilaso, los hidalgos españoles del Renacimiento no la desdeñaban.
Inteligente, ávido de aprender, deseoso de brillar, Gómez Suárez emprendió la difícil hazaña de escribir en esa musical lengua castellana, que no era la materna. Tradujo del italiano los "Diálogos de Amor" de León el Hebreo y escribió "La Florida del Inca", sobre la base de los relatos de su ayo Gonzalo Silvestre.
Pero su obra cumbre son los “Comentarios Reales”, la historia del Imperio conforme la habían narrado sus tíos los Incas y sus maestros los amautas.
En los “Comentarios”, el viejo deportado contempla su tierra con los ojos de la infancia. Desde la cálida Córdoba, vuelve a las nieves eternas y a las frías jalcas del Cuzco donde sus antepasados, Hijos del Sol, habían dominado muchas tribus salvajes para crear una gran civilización. La suya es la versión de los Túpac Yupanqui, empapada por el rencor dinástico de la guerra civil.
En la segunda parte, -publicada en Córdoba como "Historia General del Perú"- es el hijo del conquistador quien escribe. Pretende, obviamente, desmentir las traiciones que se atribuyen a su padre. Pero va más allá y -cautelosamente- pone en tela de juicio la legitimidad del poder real. En el fondo, sigue pensando que la rebelión de Gonzalo Pizarro era justa; considera que el Perú debió ser un gran Estado ligado a los Reyes de Castilla pero regido por los descendientes de Incas y conquistadores. Exhorta a sus compatriotas a ejercitarse en las armas y las letras, a fin de que la vieja Europa conozca que el nuevo mundo es tan rico en luces intelectuales como en oro y esmeraldas.
Ya no era el niño Gómez Suárez ni el hidalgo pobre ansioso de integrarse a la nobleza española. Era un hombre maduro, que asumiendo su condición de mestizo y de peruano, firmaba orgullosamente como el Inca Garcilaso de la Vega.
Ciento setenta años más tarde, el Visitador Areche mandó descuartizar en el Cuzco a Túpac Amaru. Y para conjurar nuevas rebeliones, ordenó quemar todos los libros de Garcilaso de la Vega, el deportado de Córdoba que tuvo la audacia de imaginar al Perú como una Nación independiente, justa, dueña de su destino y gobernada por sus propios hijos.
Muchos historiadores contemporáneos consideran que “Los Comentarios” carecen de rigor científico, pero no pueden desconocer su valor testimonial. Garcilaso creía en lo que escribió: era su verdad. “Los Comentarios” son la primera obra literaria en que se deja de considerar al Perú como territorio salvaje o colectividad destinada a la servidumbre. Para Garcilaso, el Perú es "mi Patria, el noble y riquísimo Imperio del Perú”. Raúl Porras Barrenechea señala que, por eso, Garcilaso fue el primer peruano.

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