Friday, November 17, 2017


VECINOS DE LA PLAZA DE ARMAS  Parte II
Pastillita para el Alma  07 – 11 - 17

En la otra esquina del jirón Grau, con frente a la plaza estaba la casa de doña Trinidad Hernández, heredada por su hija Adolfina Hurtado, en los altos funcionaba el Centro Social Amazonas,  adquirida ahora por el señor Leopoldo Villanueva. Pasando la calle de El Comercio la casa de don Pedro Castañeda, en cuyos altos
construyó el primer hotel de Chachapoyas y que sigue funcionando hasta la fecha, ahora en poder de sus hijos. En el primer piso estaba la tienda comercial de mi tía Angelita Gárate, esposa de mi tío Carlos Aliaga Silva, un personaje inolvidable, general de la Policía de Investigaciones, recordado por muchos de sus colegas y alumnos, luego la peluquería de don Saúl Salazar, cofundador del Club Sachapuyos, el que alquilaba las lámpara Petromax para las veladas literario musical, los bailes sociales y velorios. Seguía la casa de don Pedro Quiroz, donde funcionaba la Corte Superior de Justicia de Amazonas, ahora un restaurant gourmet, luego la licorería de doña Marcia Vásquez, que después lo reemplazó la farmacia de Alejandrina Villacrez, primera farmacéutica, que te escandalizaba y contaba a nuestros  padres si comprabas un preservativo marca Sultán. Luego la casa de doña Laura Castañeda, comprada a los señores Bonifaz. Doña Laura alquilaba una tienda a don Humberto Más Zagaceta, usada como sastrería y lugar de reunión para contar lo que sucedía en la ciudad. Seguía la casa de doña Julia Rodríguez con su hijo Celso Eguren, casado con doña Rosita Ponce de León  con sus hijos  Julio, Oscar, Eva Isabel, llamada cariñosamente la Gringa, por su pelo rubio, Ana María, la China por su bondad y belleza y el último de los hijos, César, mi querido compadrito el Mote. En los altos de la casa de don Celsito, con ventanas a la plaza,  estaba el local del Club Higos Urco, cedido gratuitamente por la familia Eguren Ponce de León. El club fue fundado por el Dr. Carlos Cobos en 1947 e integrado por los universitarios, colegiales, profesionales jóvenes, caballeros y damas de la localidad. Los jóvenes jugaban futbol en la cancha de Belén, básquet, atletismo, las damas representaban al Club en los partidos de vóley en el colegio San Juan. Las fiestas sociales se realizaban en el salón del Club Higos Urco, con paredes repletas de diplomas y fotografías de los equipos, muchas veces campeón, en diferentes disciplinas, armarios con un montón de copas y trofeos de plata, una mesa de billar, una radiola de última generación de ese entonces, obsequio de mis padres, mobiliario completo que son el trabajo y el esfuerzo de los socios y donaciones de personas amigas. La casa de don Celso, de grandes recuerdos, fue después ocupada por doña Mechita Vigil, que regalaba alegría y su buen humor. Terminaba la cuadra con la casa del pastor evangélico John Mac Kay, ocupada una vez al año por el doctor Lindsay  y la obstetra mis Marion Mac Kay, que hacían intervenciones quirúrgicas y atendían partos. También recuerdo a  personajes evangélicos, muy piadosos, difundiendo la Palabra de Dios, como don Alejandro Tuesta, don David Landa, don Nicolás Muñoz y otros.
Con frente al jirón Ayacucho estaba el Centro Escolar de Mujeres que se hacía sentir con su directoras Rogelia Barrera, doña Elvia Yomona y otras señoras y señoritas maestras…, al frente, pasando el jirón Grau, la casa de mi abuelita Apolonia Vigo Ruiz, local que ahora ocupa el Instituto Nacional de Cultura, con su actual director del Instituto de Cultura, el Dr. José Trauco Ramos, celoso guardián de nuestras tradiciones y costumbres. En los bajos de la casa, la tienda comercial de don Hildebrando Aliaga, ocupada después por su hijo Amado.
Seguían la casa de don Adolfo Angulo y doña Aurora, con  sus hijos Adolfo y  Caridad, una dama excelente y muy bonita que hacía suspirar a los jóvenes de esos tiempos, madrina de mi hermano Carlos Alberto. Más allá, la tienda de doña Rita Mori, recordada por su chicha de arroz, con canela y clavo de olor, turcas y alfeñiques y la presencia de Marina Sevillanos, hija de don Manuel, una niña, que cantaba y bailaba en las presentaciones de su colegio. Después venía la casa de mis padres, don José David Reina Rojas y doña Rosita Mercedes Noriega  Vigo de Reina, esta casa fue de la Familia Burga Cisneros, vendida al señor don Gerardo Sánchez, un oficial de la gendarmería de ese tiempo y  comprada por mis viejos  a sus herederos…, dice el nieto de don Gerardo, que en el primer patio de esta enorme casa, había un ciprés muy alto, el único de la plaza y que un rayo lo destruyó y mi viejo, cajamarquino y dueño, con su hermano  Renán de la hacienda Jecumbuy  en el rio Marañón, del distrito de Ucuncha,  provincia de Bolívar en el departamento de la Libertad y terrenos en el distrito del Huauco, tuvo la suerte de encontrar una petaca con monedas de oro, que originó su fortuna. No sé si será cierto, pero lo único que reconozco, es que mis viejos nos dejaron una gran riqueza… espiritual de libras esterlinas, brillantes y diamantes, que son el ejemplo de sus vidas, su honestidad, su trabajo, el consejo de nunca dañar a la gente y el amor y gratitud a la tierra que nos vio nacer.  Aquí podría detenerme y contar una serie de anécdotas, lamentablemente ese no es mi propósito. Solo deseo remarcar que mi padre fue un gran empresario que entre muchas cosas, hizo el primer local de cine en la plaza de armas, con máquinas modernas de 35 mm de esos tiempos, en el que el cinemascope, era la novedad en el Perú y no estaba en todos los cines de Lima. Ahora en la casa está la emisora REINA DE LA SELVA, del menor de mis hermanos, José David, un hombre sin miedo, convertido, generosamente, en un defensor de las cosas justas y vigilante del desarrollo de nuestra tierra, sin querer ingresar al terreno político, donde, estoy seguro, haría mucho más por nuestra tierra.
A continuación estaba la casa de los Monteza Rodríguez, descendientes de don Salomón Rodríguez, un potentado de la época, en cuyos altos estaba el consultorio dental de don Humberto Arce Burga, un personaje inolvidable por su presencia, por su honorabilidad y su decencia. En la tienda por debajo del consultorio estaba una pequeña bodega de doña Brígida que vendía compuestos de licor con aguardiente y hojas de coca, cáscara de naranja, pepitas de sauco. Pasado el tiempo, este local fue ocupado por mi tía Elenita Cava, que cobraba alegría con la presencia de Jesusita, Rosita y Luis Antonio Chávez Cava. Las Montecitas, Elvira y Mercedes tenían una pequeña tienda donde se lucían tejiendo, bordando y exhibiendo obras  de arte hechas con unos palitos y su molinillo. Este local fue ocupado, después, por su hermano Alejandro, que puso una licorería y cigarros extranjeros. Nunca olvidaremos la alegría de don Alejandro Monteza, en las matinées de los muchachos, bailando mejor que nadie y enamorando chicas.
Para finalizar la cuadra del jirón Ayacucho estaba la casa de don Mariano Bardales Rubio y doña María Luisa Monsante Rubio, donde sus hijos Rafael, Matilde Amelia, Miguel  e Isabel hacían la alegría de sus padres. El doctor Mario Peláez Bazán, contrajo matrimonio con la señorita Matilde Amelia, dama de la sociedad chachapoyana, con la que tuvo a sus hijos Mario, José Antonio, Eduardo, Mariano, Edmundo y María Luisa, todos ellos profesionales de éxito con gran trayectoria pública y privada. En las tiendas que daban a la plaza eran ocupadas por los establecimientos comerciales de Teodoro y Calixto Aliaga. En un pequeño local junto a la portada de la casa, el Dr. Mario Peláez puso la primera librería de la ciudad de Chachapoyas, que fue de mucha utilidad, tanto para los estudiantes y profesionales. En este mismo local siguió don Máximo Gutierrez, que a los libros, los sumó revistas como Billiken, Peneca, Selecciones y periódicos.
En la esquina de la casa de don Mariano estuvo la botica de don Augusto Villacorta, que luego fue un consultorio dental del doctor Ricardo Monzante, que era el dentista escolar y en el que su hijo Lucho, colegial de cuarto de secundaria, fungía de dentista y según decían sus pacientes “tenía mucha habilidad y no los hacía doler en las extracciones”. También recuerdo que en una habitación del segundo piso de esta casa estaban los consultorios de Pediatría del Dr. Carlitos Olascoaga y de Odontología, del Dr. Eladio Vargas y del Dr. José Ordoñez, muy buenos profesionales, grandes amigos e hinchas a morir del Club Higos Urco.
Continuará con los que vivían en el jirón Bongará, hoy Ortiz Arrieta…

Jorge REINA Noriega
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