Friday, July 12, 2013

QUIEN DIABLOS SOY ?


Un proyecto de la revista estadounidense National Geographic busca las rutas que siguieron nuestros ancestros desde que salieron de África hace 60.000 años, a través de muestras del ADN de voluntarios.
El periodista peruano Javier Lizarzaburu es uno de ellos y a partir de este lunes -y durante dos semanas- nos cuenta su experiencia.
Cada familia tiene sus silencios. Pero también sus secretos y versiones oficiales. La mía no fue distinta,
sólo que algo salió mal.
Durante años mi identidad fue un rompecabezas con piezas que no encajaban. Con apellidos europeos y rostro mestizo, no tenía idea de quién había sido ese ancestro indígena cuyo sello genético me hacía más cercano a él, o a ella, que a mis parientes inmediatos. Con el tiempo me di cuenta que este era un tema que formaba parte de esos silencios y secretos de mi propio grupo familiar.
Por suerte hoy existe la tecnología para abrir esos cajones cerrados. Y un proyecto de National Geographic (NG) me servirá de llave para ese propósito.
En las próximas dos semanas voy a compartir con ustedes la búsqueda de mis ancestros: los conocidos, los ocultos, y los que seguramente estoy por conocer. Es un tema de identidad, ADN, y de saber de dónde diablos vengo. Y con cada entrega vendrá una cita de algún autor latinoamericano, o español, que ha alimentado las reflexiones para esta serie.
Folleto de Geno 2.0
Geno 2.0 es una investigación para conocer las rutas de los distintos grupos humanos desde que salieron de África
Hace unos años que NG, conocida por sus proyectos de aventura, se embarcó en una investigación, el proyecto Geno 2.0, para conocer las rutas que siguieron los distintos grupos humanos desde que salieron de África, hace unos 60.000 años. Y eso lo hacen a través del análisis del ADN de cada persona dispuesta a participar.
Para lograr estas rutas de las migraciones humanas, NG ha venido tomando la muestra de ADN de más de medio millón de personas en todas las esquinas del planeta. Por primera vez, podemos empezar a entender cómo llegamos hasta donde estamos hoy. Estimulado por esta posibilidad, hace unas semanas compré el kit para hacerme la prueba.

¿100% blanco?

"Allí los poderosos (…) tenían unas señas de identidad similares. Eran en gran medida mestizos; es decir, hijos de padres de diferentes razas (…) Y algunos provenían de estamentos sociales igualmente impuros: un ex metalúrgico, la hija de un perseguido de la dictadura, un ex líder cocalero de sangre indígena, un oficial de las fuerzas armadas, un ex guerrillero. La condición de continente bastardo ganaba el centro de la escena. Algo así como la consagración de un entrecruzamiento. "
Danubio Torres Fierro, escritor uruguayo (escrito durante la V Cumbre de las Américas en Trinidad y Tobago, 2009)
¿Por qué lo hago? Creo que por varias razones. La primera, para tener mi cuento claro. El mío, el de mi familia y, si me apuro, el de mi ciudad. En Lima, y en el Perú, los temas de raza y de racismo nos siguen movilizando mucho. Será porque no tenemos nuestro cuento claro. Así que, en mi caso, quiero saber cuáles son todas esas sangres que corren por mis venas. Cuáles esos secretos guardados.
Pero empecemos con el primer acto. Corramos el telón. En este escenario con poca luz aparecen mis abuelos y bisabuelos. Del lado de mi padre. Del lado de mi madre. Toda la documentación oficial señala dos orígenes. Uno vasco, Lizarzaburu. Otro italiano, Montani.
Según las historias contadas, yo debería ser 100% blanco. Pero no lo soy. Mi rostro es, digamos, el rostro común de un peruano. Un rostro que habla de un innegable proceso de mestizaje, del que nunca se habló en casa. Y si algo tan evidente como mi rostro no era cierto, ¿qué de las historias de familia?
De repente nadie mintió. De repente pasó lo que pasa con cierta frecuencia aquí. Se guardó silencio. Porque hay historias y hay orígenes de los cuales sencillamente no se habla. O no se hablaba. Y siento que de repente esta investigación me ayudará no solo a saber de dónde vengo. Me ayudará a entender el lugar en el que vivo y el tiempo que me tocó vivir.
Hace ya un par de semanas que envié mi muestra a la sede de la organización en la ciudad de Washington, y prometieron darme los resultados a más tardar el próximo viernes 13 de julio.
Esta investigación de National Geographic es el pretexto ideal para abrir esos cajones. Y cada día, a partir de hoy y hasta el 13, iré escribiendo sobre estas historias personales. Historias que salen de cajones sellados. Historias calladas.

Uno de los recuerdos que tengo de mi abuela Otilia tiene que ver con una frase que solía repetir: "hay que blanquear la sangre". No sé a qué edad debí empezar a escuchar esto, pero sí me doy cuenta de que cuando me percaté en lo raro de la frase, ya era tan habitual que nunca le pregunté qué quería decir.
Supongo que a un nivel sí lo sabía. Como suele pasar con muchos de los mensajes familiares, nunca es necesario explicarlos. Solo repetirlos hasta que ese pequeño y potente mecanismo llamado el inconsciente, lo descifre por uno y los deje ahí, guardados, latentes, activados.
Mi abuela era una señora blanca, de ojos azules y, todos creíamos, hija de un elegante y muy inteligente ingeniero inglés.
La pequeña leyenda familiar repetía que cuando ella me vio al nacer no quiso cargarme. "¡Un sanmartín!", dicen que gritó, en referencia a nuestro santo mulato. Cierto o no, el asunto es que esos mensajes siempre encuentran su camino a ese cajón secreto, o medio secreto.
Javier Lizarzaburu

¿Quién diablos soy?

Con el tiempo, me convertí en su nieto preferido y nadie en la familia cuestionaba eso. El amor mutuo era sólido y había superado cualquier barrera de raza. Pero los mensajes seguían tejiendo historias.
Llegó un momento en que lo de blanquear la sangre lo entendí: de casarme, tendría que hacerlo con una mujer blanca. Algo raro, porque hasta entonces yo pensaba que era tan blanco como la abuela.
Y dudo que ella fuera consciente de esto, pero resulta que durante la Colonia una de las instituciones más sólidas eran los llamados Estatutos de Limpieza de Sangre. Esto venía de la época de judíos y musulmanes conversos en la España del siglo XV.
Era un mecanismo que obligaba a aquellos candidatos a funcionarios de la corona a probar que descendían de un linaje de cristianos.
"El mestizaje es sólo combinación de lo superior con lo inferior, y por ello mismo, inferior. Mestizar es reducir, contaminar. Por ello, culturas supuestamente inferiores (…), serán simplemente barridas y sus hombres exterminados o acorralados. Y lo que no puede ser barrido, por su volumen y densidad, como en la América, Asia, África, será simplemente puesto abajo, en un lugar que imposibilite contaminación o asimilación alguna. Y lo que se incorporará a la civilización, no serán los hombres como tales, sino como parte de la tierra, la flora y la fauna"



Leopoldo Zea, filósofo mexicano y pensador del Latinoamericanismo
Al llegar a América, esta institución se transformó. Con tanto cruce de razas, y dado que el rey tenía que enviar representantes de la más alta aristocracia a estas tierras lejanas, se decidió desde el principio dejar en claro quién era quien.
Hacia el siglo XVIII el sistema había evolucionado, y los hijos de blancos con gente de otra raza se consideraban hijos con sangre manchada. Sangre sucia.
En esa época, los que querían ingresar a la administración virreinal tenían que poder probar que eran descendientes de españoles (blancos) por los cuatro costados. Hay otra versión de los estatutos de limpieza de sangre que señala que se tenía que probar también no ser hijo de uniones ilegítimas (algo que tocaré en una próxima nota).
De este modo, la sociedad colonial, mucho más diversa que la europea, terminó separándose en un sistema de castas donde todos los privilegios se reservaban para los "blancos".
Según el historiador español Luis Navarro García, se trataba de "una sociedad ideológicamente blanca, pero minoritaria numéricamente". Y no deja de sorprenderme cómo esa ideología llegó hasta nuestros días. Conceptos duros que nos dejó el pasado, y de los que poco a poco nos vamos sacudiendo.




Durante muchos años, uno de los rasgos más característicos de mi identidad fue haber creído que era blanco.
Como decía en otro post, en mi familia materna siempre se enviaron mensajes subliminales de raza, pero viendo que todos o casi todos eran blancos no era difícil pensar que yo también lo era. Y así fue, hasta que un día me llamaron "indio".
Había salido blanco del Perú y regresé mestizo. Todo sucedió un día en la universidad española a la que iba, cuando uno de mis compañeros me dijo "ven indio, vamos a hacer esto…".
¿Indio? Y ese día de clases dio inicio a una búsqueda más personal y, con el tiempo, de las raíces de mi familia y de mi ciudad. De esto hablaré después.
Pero una simple conversación en el extranjero de pronto transformó mi identidad. Corrí a ver álbumes de familia y después de frotarme mucho los ojos empezaba a ver la imagen más clara: todos parecían blancos, menos yo.
"Debido al racismo y la subestimación como ciudadanos de aquellas personas de origen indígena, rural y pobre, la muerte de miles de quechua hablantes fue inadvertida en la opinión pública nacional "



Informe final de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación, Perú, 2003
En esos días no habían correos electrónicos, así que le escribí una carta a mi madre: "¿quién es mi ancestro indígena?".
Su respuesta vino envuelta en una especie de compasión y cariño. "No te preocupes, tú eres inteligente. Solo vístete bien y no pienses en esas cosas".
Nunca pude extraer más información. Pero una cosa era clara y definitiva como el espejo en el que me miraba: no era blanco. ¿Entonces, quién había manchado la sangre de la cual hablaba mi abuela?
¿Alguna vez experimentaste racismo?, me preguntaron en España. ¡Nunca!, solía responder. No podía tener apellidos europeos, ser de clase media, educado y, según yo, con buen gusto, y ser discriminado.
Sin embargo, al empezar a abrir cajones del pasado muchas actitudes empezaron a salir a la luz.
Claro que había experimentado racismo. Y ya como adulto, me pareció la cosa más extraña que una persona pudiera ser discriminada en su propio lugar de nacimiento. Hasta cierto punto lo podía entender si vivía en el extranjero. Pero ¿en el país en donde nací? Y eso dio pie a toda esta serie de reflexiones.
"Muchos de nosotros mismos, si bien reconocemos la diversidad cultural, étnica y racial porque nos la cruzamos en las calles, o en nuestra propia casa, o en nuestro propio cuerpo, tenemos dificultades para aceptarla como algo positivo. Nos es difícil estar cómodos mirándonos al espejo y aceptando la imagen cultural y racial mente diversa que el espejo nos devuelve. Cuando la aceptamos, la diversidad aparece casi como un castigo "



Carlos Iván Degregori, antropólogo peruano
Cuando volví al Perú, después de casi 25 años de vivir fuera, pude darme cuenta de la vigencia que el tema todavía tiene. Creo que no hay asunto que movilice más a los peruanos hoy en día que el racismo.
A partir de mi experiencia empecé a tratar de entender a mi ciudad, mi realidad, mi país.
Otra pieza de información que marcó un derrotero fue una de las conclusiones del informe de la Comisión para la Verdad y la Reconciliación (2003).
Después de los sanguinarios años de Sendero Luminoso, la Comisión le dijo al país que durante dos décadas de violencia armada, casi 70.000 peruanos habían sido asesinados. La mayoría, a manos de Sendero, y también por las fuerzas armadas.
Ese informe le enrostró al país con algo de lo que hasta ese momento no se había hablado de manera oficial: la existencia de un racismo institucionalizado. Un racismo tan enraizado que había llevado a que se guardara silencio ante las muertes de una mayoría campesina.
¿Qué país era el mío que podía negar de manera tan violenta una parte de su propia identidad?
Kit de National Geographic


En ambos lados de mi familia, el tema del linaje siempre fue importante. Si bien no crecí con mi familia paterna, sí escuché de historias de abolengo que iban hasta el siglo XIV en el país vasco. O del antepasado prócer de la Independencia en Trujillo, al norte de Lima.
Del lado materno la historia era más simple. La abuela supuestamente había nacido en España, de padre inglés, y el abuelo en Italia. Después de muerto él en la ciudad de Iquitos, en la selva peruana, mi abuela llegó con todos sus bártulos a la capital, a fines de los años 50.
Desconozco cuándo se empezó a tejer esta leyenda familiar. Hasta hoy algunos primos me preguntan si tenemos derecho a un pasaporte italiano. Pero en este abrir y cerrar de cajones sellados, empezaron a salir las verdades.
La abuela no era española. Había nacido en Moyobamba, en la selva, y el abuelo no había sido italiano. Había nacido en Chachapoyas, en la sierra del país.
¿Por qué se había creado esa mentira? Posiblemente por un acto de amor. Para evitar que nosotros, los nietos nacidos en la capital, fuéramos discriminados por tener raíces provincianas. Tal era la fuerza de estos conceptos de origen.
Geno 2.0: el proyecto genográfico de National Geographic.
Pero el dato más devastador para algunos miembros de la familia surgió no hace mucho. Quizás porque en las últimas semanas empecé a hablar con varios parientes de este proyecto de National Geographic, que algunos se animaron a hablar.
Uno de los secretos mejor guardados había sido el del origen de la abuela. Su padre no había sido el afable e inteligente ingeniero Samuel Young, quien tampoco había sido inglés. Sino otro señor, un de la Torre. El ex inglés la había adoptado cuando niña.
Del lado de mi padre, la historia no había sido muy diferente. Mi abuelo paterno había tenido seis hijos con seis señoras distintas, y solo se casó pasados los 60 con otra señora, con la que no tuvo descendencia.
"Los nicaragüenses no podemos ser entendidos sin esta conciencia intensa del momento en que nacimos: hijos de madres anónimas y de padres bastardos; en una sociedad en donde la pigmentocracia marcaba el lugar que ocupabas en la sociedad… "



Karlos Navarro, historiador y abogado nicaragüense
Es así que en un momento de lucidez admití la realidad: descendía de un ilustre linaje de hijos ilegítimos. Por los cuatros costados. Más aún, mis padres tampoco se habían casado. Era, lo que se dice, un hijo bastardo.
Pero esta investigación de National Geographic no me ayudará con eso. No es un proyecto genealógico ni un test de paternidad.
Ellos solamente me dirán de qué partes del planeta llegaron los que me antecedieron. Todos. En los últimos 60.000 años. El resto del trabajo me toca hacerlo a mí solo.
Quizás el dato más significativo a estas alturas me lo dio una historiadora peruana, Maria Emma Mannarelli, autora de un libro sobre lo ilegítimo en la Lima del siglo XVIII.
Según me explicó, tanto en esa época como ahora ella calcula que un 50% de peruanos tenemos tal origen.
Este panorama, sostiene, "pasa más en países con población indígena y africana, y en sociedades con más desigualdad social e inestabilidad política".
Me pregunto si esto tiene que ver con esa raíz matriarcal de una sociedad machista, donde hay un marcado desdén por el sistema y sus normas.
No me cabe duda que en este escenario confuso entre lo legítimo y lo ilegítimo. Entre lo oficial y lo no oficial. Entre lo aceptado y lo marginado, se fueron generando modelos de pensamiento y de sociedad, con los que todavía vivimos hoy.

"La mujer que nos devolvió un pedazo de pasado"

¿Quién diablos soy?
Javier con arqueólogas de Lima
Isabel Flores es una de las personas que más admiro. Ella es la señora que aparece a la izquierda de la foto, feliz de mostrarnos su huaca, Pucllana (año 400 d.C.). "Huaca" es el nombre genérico que solemos darle a las estructuras prehispánicas. ¿Qué tiene esto que ver con el ADN y los temas que vengo tocando? Veamos.
Admiro a esta arqueóloga porque un día, hace 32 años, ella se paró frente al cerro feo y abandonado que era este lugar (como pueden ver abajo en la foto en blanco y negro) y dijo "aquí hay algo que nos pertenece a todos". Y empezó a excavar.
Le tomó la mitad de su vida y ahí sigue. Sacándole la tierra acumulada en siglos de olvido. Hoy, este hermoso templo de 1.600 años de antigüedad ha sido recuperado en un 70%, y los trabajos de excavación continúan.
La admiro no solo por la tenacidad que tuvo, sino porque nos devolvió a los limeños un pedazo de nuestro pasado. Un pedazo de nuestra identidad.
Este fue el inicio de una campaña que lancé cuando volví al Perú hace ya casi cinco años.
Ella, como las otras arqueólogas que aparecen junto a mí en la imagen, me empezaron a contar las historias de una ciudad que desconocía: la ciudad prehispánica de Lima. Lo sabían los profesionales, pero no lo sabía nadie más.
Lo que sabía la ciudad era que Lima había empezado con la fundación española, en 1535. Y a pesar de que por todas partes se podían vislumbrar vestigios arqueológicos, habíamos aprendido a no verlos.
Tampoco sabíamos que debajo de gruesas capas de tierra, la ciudad guardaba un enorme catálogo de arquitectura de más de 4.000 años.
Según datos oficiales, Lima tiene 385 huacas. Algunas son sorprendentes estructuras monumentales, y aunque la mayoría está en mal estado, todo su potencial continúa ahí. Latente.
La huaca Pucllana hace 35 años, antes del inicio de excavaciones
La huaca Pucllana hace 35 años, antes del inicio de excavaciones.
(Crédito: Colección Isabel Flores)

La ciudad antigua

Javier saluda al presidente del Congreso de Perú
El entonces presidente del Congreso de Perú, Daniel Abugattas (2011), firma una moción de apoyo a la campaña Lima Milenaria. (Junto a Martha Meier, de El Comercio) (Crédito: Rolly Reyna/El Comercio)
Cuando empecé a investigar el tema, pude ver que el asunto era muy parecido a lo personal.
Así como en casa habían negado un origen indígena, la otrora orgullosa ciudad de origen español, también había negado su pasado anterior.
Era un significativo paralelo: los silencios de familia eran también los silencios de mi ciudad. Así nació Lima Milenaria.
Lima Milenaria es el concepto que desarrollé para conseguir que Lima también tuviera su cuento claro.
El quid del asunto consistía en lograr el reconocimiento oficial, por parte de la alcaldía, del desarrollo urbano previo a 1535, y así conseguir una sola lectura, integrada, del desarrollo de esta urbe.
"Hace 427 años que Lima fue fundada. Mucho antes, sin embargo, en el lugar donde está emplazada vivían esos hombres cuyos restos han sido desenterrados de los cementerios de Huallamarca o Armatambo, a quienes muy pocos osan llamar limeños pues tal privilegio solo se concede a los que nacieron en la ciudad dibujada un cálido día de enero por la espada de Francisco Pizarro"



Sebastián Salazar Bondy, "Lima la horrible" (1962)
Lo que empecé primero como un blog, saltó después a ser una campaña articulada desde el principal diario del país, El Comercio, y el año pasado la alcaldesa de Lima declaró, oficialmente, a la capital Ciudad Milenaria-Ciudad de Culturas.
Lamentablemente, no todo sale siempre como uno quisiera. Varios de ustedes habrán leído la noticia estos días, que una empresa inmobiliaria arrasó con una pirámide de más 4.000 años, aquí clic en Lima.
Un acto deleznable sin duda, pero sin falsas modestias quiero pensar que es en parte gracias a esta campaña que tal destrucción fue noticia principal, dentro y fuera del país, y encendió una seria discusión sobre la limitada protección que tienen estos monumentos.
Javier Lizarzaburu
Lanzamiento de la campaña Lima Milenaria. (Crédito: Diana Zileri)
Un día, el fallecido arquitecto Juan Gunther, considerado el hombre que mejor conocía la historia de la capital me comentó que "sin la ciudad prehispánica de Lima, la ciudad virreinal muy probablemente no habría sobrevivido". Y sin esa ciudad, la Lima de hoy no existiría.
Los limeños del presente tenemos poca idea de lo mucho que el ADN de la ciudad actual les debe a esos ancestros, que nos dejaron un considerable legado cultural.
Este es un conocimiento que recién empezamos a adquirirlo.
Y es esta incorporación de todas sus identidades, creo yo, lo que puede hacer de Lima un lugar más original, más fascinante, más coherente. Buen fin de semana a todos.

No comments:

Post a Comment